Colores

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Molina Campos

O Mostrengo

OLGA OROZCO:

"Para nadie la culpa ni para mí el castigo."

(Himno de alabanza.)

domingo, 7 de noviembre de 2010

Palabras de Marcelo Sevilla en la presentación del libro de Walter Abaca "Pero nadie contestó y otros relatos..."


“Dentro de la cultura africana, hay un grupo que se denomina Dogon. Cuentan que todos los hombres de esa cultura dogon, tienen un secreto íntimo, absolutamente privado, que no le cuentan a nadie, ni a sus hijos. Un secreto que nadie jamás logrará develar y que se llevan a la tumba. Ese secreto es su nombre… todos los hombres dogon tienen un secreto, que es su verdadero nombre, que ellos mismos se ponen y que nadie más conoce. Y después usan otros “falsos” para la comunicación pública y la conversación. Por guardar tan celosamente este secreto, denuncian, sin quererlo, que al mundo siempre le falta algo, le falta por lo menos una serie de “nombres” que tan sólo los otros pueden imaginar o construir”.


En ese juego estamos: cuando construimos o refundamos un relato, un cuento, y participamos de este juego: el de sentir que al mundo –al menos a este mundo- le faltan cosas y nosotros podemos soñar nuevos nombres para el misterio.

Es fácil encontrar en el libro de Wally, esos relatos cálidos, el romanticismo de “Juan, el chato”, que cortó campo una mañana; O Catalina o Anita la lisa y las tetas de dios, reventando (y perpetua, nuestra “cierta curiosidad por las tetas”), o algo tan familiar como un bebedor empedernido (“gente asidua a la bebida por diferentes motivos o causas”) o el borracho trajeado. El cantante enamorado de los “Utópicos Primavera”: esa… banda.

Pero, quisiera, si ustedes me lo permiten, abordar esta presentación desde otro lugar. Entrar por otra puerta, para detenernos, frente a un muchacho -venadense esta vez- que escribe, y que –además- edita un libro. Que ejecuta un profundo acto de poder.

Y detenernos ahí, en este ahí de esta manera de ser: manera de ser en la podemos –si tenemos un poquito de ganas- rastrear algunas huellas. Y traerlas. Y donde podemos encontrar una continuidad. Y si miramos alrededor, podemos decir, hasta geográfica.

Hay, si nos interesa, un gesto poderoso: El gesto de, poner, tender delante, reunir.

Y en ese recorrido, los nombres propios, por ahí, se desfiguran, afortunadamente.

Hay, como voces, que lo explican mejor. Son voces que –si cerramos los ojos un instante- empezarían a aturdirnos desde los pasillos.

Y a esa pequeña fogata, quisiera re vincular.

Primero, por la maravilla que cualquier hecho poético supone, en medio de tanto disparate. En medio de esta vida sin calidad que constituye lo esencial de la trama social. Este desencantamiento con la vida cotidiana. Un mundo que no permite que las cosas resplandezcan en su plenitud, comenzando por nosotros mismos. Donde hemos confirmado que nada lleva a ninguna parte. Y “sin cielo, porque ya no hay ningún lugar donde apoyar la cabeza”.

Las abejas hacen algo perfecto que es el panal. El problema es que no pueden dejar de hacerlo. Los seres humanos podemos dejar de hacer lo que presuntamente estamos destinados a hacer.

En un libro, hay un decir. Y Lo dicho, muchas veces, está sostenido por eso no dicho, como si fuera su sombra. Y la sombra que merodea por acá, son los días y las noches, donde un hábitat de peregrinos bibliotecarios rondaban y roncaban.

Hubo una reunión de resistencia. Una zaga que permanece en el brutal acto de narrar o de editar un libro.

Fui testigo. Sentíamos –sigo sintiendo- que a la existencia que nos ha sido dada, había –hay- que dotarla de vida. Por entonces la llamábamos “la vida de la vida”.

“Nuestro inconfesado orgullo era carecer de una profesión… no leíamos ni estudiábamos para tener un título, ni para tener antecedentes, ni publicábamos para ganar plata. Lo que estaba puesto en juego eran necesidades vitales vertiginosas”.

Una desobediencia, no civil. Podríamos llamarla una desobediencia familiar. Una renuncia al sometimiento que imponen los ritmos sociales.

Una ínfima utopía, pero Sin idea de victoria como último momento. Sin paraíso allá. Verdes, en el sentido de Gombrowicz: inmaduros, infantiles. “Cainistas”, que llevan la marca de Caín. Gente que uno reconoce por la mirada, que no ensambla fácil en el “engranaje”, que tiene alguna observación que hacer sobre “eso” que las pantallas cotidianas se muestran como “lo real”.

Algo no tan enorme como una revolución, pero tampoco tan chiquito como “una manifestación por Fibertel”.

Una tentativa de tipos débiles, Vulnerables. Que no querían ni defenderse, ni derrocar, ni combatir, simplemente “no”: Un “no” de afirmación. No darle todo o tanto a la máquina. Un infinito no-esto

“De todo quedó un poco.
De mi miedo. De tu asco.
De los gritos reiterados. De la rosa
quedó un poco. Quedó un poco de luz
captada en el sombrero.
En los ojos del rufián
de ternura quedó un poco
(muy poco).”

Esa sombra permanece. No guardada en ninguna parte. Perdida, diseminada por ahí. Hoy reencontrada. Así, sin ninguna nostalgia. Sin ninguna moraleja, sin ninguna conclusión. Y (que me perdone el señor Facultad libre) sin propietarios, porque fue –antes que nada- una expresión colectiva.

“Pasamos media vida mirando hacia allá, imaginando. Tanto que nos parece que ya nos hemos ido.

Y un día, al alzar los ojos, estamos aún en el mismo sitio. Acostumbradamente se cruzan nuestros trenes y cada instante es una despedida.

... Y nosotros… respiramos bien fuerte y nos sacudimos el polvo cantando. Cantando al azar. Porque nada está colmado, porque aún no hemos llegado a ningún sitio.

(Tampoco llegaremos luego, ni nunca; pero nos parecerá que sí). Y podemos hacer mucho ruido para que todos sepan que estamos aquí todavía.

No se trata de intentar hacer eterno el tiempo. De intentar guardarse unas horas que sólo son para que hayamos sabido irlas viviendo y soltando mientras pasaban intensas y redondas. Que no valen por ellas mismas sino por lo que nos han enseñado al beberlas.

Pero sí es tiempo de mirar alrededor haciendo un recuento como después de una hermosa cosecha, y sentir alegre el corazón porque es todo nuestro aunque lo dejemos aquí, aunque vengan los demás a quitarnos el sitio, ese pequeño sitio.

Si sabemos marcharnos diciendo: "Hasta mañana", nos quedaremos para siempre y nos lo llevaremos todo en nosotros”.

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